9 de diciembre de 2014

La búsqueda del "conocimiento universal" a través de las universidades

El éxito de la educación superior dependerá de varios factores, uno de los más importantes consiste en poner en marcha un nuevo estilo de gestión universitaria que permita la concepción y la elaboración de políticas y estrategias que conduzcan a las instituciones a mejorar su gestión y procesos. Lo cual consiste en repensar la universidad desde su misión y funciones sustantivas, aspectos que atañen a las formas de impartir la docencia, pasando por las estilos de hacer investigación y otorgar servicios a la comunidad. Con base en lo anterior, la educación superior tendrá que afrontar cambios radicales de su cultura institucional, donde la ética profesional ocupe un lugar relevante.

La preparación de mejores ciudadanos, profesionales y técnicos, requiere la colaboración y esfuerzos conjuntos de los universitarios, los gobiernos y los empresarios. Cada uno de esos actores tiene su propia área de responsabilidad y competencia: los universitarios deberán adaptar continuamente sus actividades a la nueva realidad y una formación de autoconocimiento como forma de vida; por su parte, los gobiernos federales deberán apoyar y financiar la educación superior con los recursos materiales y humanos necesarios, a fin de preparar a ciudadanos-profesionales capaces de funcionar en la nueva realidad global. Del mismo que estimular a la investigación, orientándolo a la preparación de expertos que puedan hacer frente a las necesidades de sus sociedades y atender sus problemas desde una perspectiva integral, es decir, pensando de manera global; pero actuando a escala local. (tengan o no que pertenecer a un consejo para dedicarse ala investigación)

Los cambios verdaderamente importantes tienen que ver con la actitud humana y con la promoción de una conducta humana que deseche toda resistencia a nuevas alternativas. Estos fenómenos y cuestiones del campo de la cultura, la filosofía y la ideología de las sociedades son requisitos para iniciar una profunda transformación educativa en aras de una integración económica, donde las universidades tendrán un lugar de primer orden.

En contraste, prevalece la ausencia de profesionales capaces de ser lo suficientemente reflexivos para reaccionar, reconciliar, integrar o elegir entre informaciones y valoraciones opuestas que los lleven a obtener soluciones encaminadas a la generación de conocimiento; es decir, que transformen la información en hechos y decisiones pertinentes. En tal sentido, resulta esencial trasladar al centro de la discusión la necesidad de contar con profesionales creativos, innovadores, diferentes, curiosos, versátiles y flexibles. Las escuelas formadoras de profesionales, además de la universidad, se han planteado seriamente cómo enseñar a los estudiantes la capacidad de analiza reintegrar la información a la realidad actual (romper con los paradigmas).

En este sentido, la ética del profesional no es un ámbito privado, sino que interviene directamente en la configuración de los valores sociales comunes, al tender un puente entre la propia actividad y el modelo de sociedad que se construye día con día. Una actividad profesional cualquiera que se trate, adquiere, desde esta dimensión, un carácter público y social incuestionable: no es sólo una relación mercantil o contractual; expresa el modo de realizar los valores y una práctica de vida para con los de su entorno que perjudicara en su persona.

Por ello, cuando se habla de la sociedad de la información y de la sociedad del conocimiento, se tiene la impresión de que términos como globalización y conocimiento son producto de invenciones epistemológicas carentes de peso moral. Nada más lejos de la realidad, ya que las universidades al mantenerse indiferentes ante los desafíos culturales y morales, y eventualmente organizarse como antaño, en torres de marfil donde no se lleva a cabo una alfabetización profesional, corren el riesgo de pasar por alto su elemental propósito: formar mejores ciudadanos y profesionistas al servicio de la sociedad. Soslayar este aspecto, puede llevar a formar sólo parásitos sociales, al no plantearse su función pública verdadera. Es más, pueden llegar a olvidarse de la estrecha relación que hay entre el sufrimiento del género humano y la generación del conocimiento, destinado al bienestar colectivo.

Por tanto, la sociedad del conocimiento no puede edificarse sin aquellas referencias ni liderazgos morales que han orientado por siglos a los pueblos. Los universitarios deben saber que la información que se les proporciona, es consecuencia de una larga tradición de saberes. Como profesionales están llamados a continuar y entregar a las próximas generaciones el legado de un conocimiento científico técnico que no es producto del azar. Esto significa que la universidad no es sólo un centro de transmisión de datos, sino también, y principalmente, de descubrimiento de los mejores dones y capacidades humanas.

Se tiene así, que la universidad tendrá que alentar nuevamente la capacidad de juicio y la adquisición de sabiduría práctica (phronesis), que no se consigue únicamente con el estudio de casos, ni con el conocimiento en la aplicación de principios; sino más bien con el saber crítico de la realidad social en su conjunto. Con base en dicho saber se vuelve cada día más necesario forjar el carácter, no sólo la personalidad o estilo profesional, sino el ímpetu y la energía que permita a los profesionales tomar decisiones temerarias, para estar en condiciones de resistir las nuevas modalidades de un capitalismo reciclado que contribuye al desmoronamiento social.

En este contexto, el reconocimiento de la importancia de la educación superior conlleva la necesidad de su replanteamiento, es decir, la revisión y análisis de sus funciones, misiones y estrategias. De ahí que, las responsabilidades que la universidad tiene en relación con la investigación, la docencia y la capacitación integral de sus miembros, exceda en mucho la que hasta ahora han sido sus funciones básicas. Por su naturaleza, tiene más bien la posibilidad de organizar sus responsabilidades con valor y legítima autoridad moral.


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